jueves, 20 de septiembre de 2007

NEGACIONISMO
LA RESPUESTA A TODO... Y A NADA:
Los negacionistas nos creemos poetas y de alguna manera proponemos una revisión a las estructuras tanto poéticas como sociales imperantes (que, sentimos, nos tallan como calzado viejo) a partir de un proceso de negación que necesariamente implica la afirmación, ya que al negar algo se reconoce “lo otro”: su contrario, lo demás –aquella presencia que se ha mantenido al margen de todo cuanto ha sido tradicionalmente impuesto de manera predominante. El negacionismo aspira, al menos, confrontar al hombre (a todo aquel hasta el que consiga llegar) consigo mismo y con el mundo que ante él ha permanecido muchas veces velado, soterrado, oculto, pues no ha sido siquiera nombrado y mucho menos admitido por la inmensa mayoría: sólo por unos pocos que advierten los riesgos de tal omisión. En su quimérico intento de reconciliación y cuestionamiento a la vez, el negacionismo podría emparentarse con los movimientos de vanguardia (cuya presencia –entre otras cosas– NO admite la postmodernidad, que SÍ ostenta su interés por la otredad como caballito de troya, ¡perdón!, de batalla). Con la vanguardia, el negacionismo comparte su carácter renovador, que se rebela contra lo tradicional, en este caso –a contracorriente– retomando, o mejor revisitando o revisando elementos propios de manifestaciones poéticas anteriores (colectivas e individuales), muchas de las cuales ingenuamente se suponen “superadas” en la actualidad. Frente a el hecho de la infactibilidad de la vanguardia en el presente, lo mejor o lo peor, ¿quién sabe?, que se nos ocurre, lo único, es NEGAR tal imposibilidad para allanar así el camino hacia hacer esto posible…
QUÉ NO ES EL NEGACIONISMO
El negacionismo NO es un nuevo movimiento literario.
El negacionismo NO es una corriente estética o un estilo artístico.
El negacionismo NO tiene orientación ideológica alguna.
El negacionismo NO tiene principios o finalidad.
El negacionismo NO tiene sentido.
El negacionismo NO existe.
El negacionismo NO puede ser tomado en serio.
El negacionismo NO debe ser tomado en broma.
El negacionismo NO tiene antecedentes, al menos en poesía.
El negacionismo NO es autónomo o independiente.
Si alguien se siente identificado con el negacionismo, NO puede considerarse un negacionista.
O bien: Si alguien NO se siente identificado con el negacionismo, tampoco puede considerarse un negacionista.
El negacionismo NO pretende causar polémica diciendo NO a todo.
O bien: El negacionismo NO pretende causar polémica diciendo NO a nada.
Esa respuesta negativa NO es una salida fácil.
NO hay posible respuesta diferente a NO.

NEGACIONISMO EN 3 PALABRAS (en realidad 6 veces eso)
Los negacionistas somos relativamente absolutos… ¿o absolutamente relativos?Y es que precisamente somos ambiguos… ¿o ambiguamente son precisos?

Nuestro hilo conductor está roto, nuestro principio rector se torció… Sin embargo, lo esencial para nosotros es la contradicción: contradecir lo que se dice, contradecir lo que se piensa, contradecir lo que se hace, contradecir lo que se siente, contradecir lo que se quiere, y sobre todo contradecir lo que se afirma, pero muy especialmente contradecir lo que se niega. Incluso contradecirnos entre nosotros, claro que en eso, como en todo lo demás, NO nos hemos puesto de acuerdo.
La única razón por la que estamos juntos es porque tenemos algo en común.
Y lo que tenemos en común es nada.
En términos matemáticos, somos como un puñado de ceros que si se suman o multiplican siempre va a dar igual y ese precisamente es el factor común.

Si se cree que tenemos relación con la corriente europea antisemita, que niega el Holocausto nazi y prefiere identificarse como "revisionismo histórico", la respuesta es NO.
Si se piensa que han retomamos las malas interpretaciones que Herman Hesse, Allen Ginsberg o George Harrison hicieron del budismo zen, la respuesta es NO.
Si se considera que somos una versión revival del Nadaísmo, la respuesta es NO.
Si parece que somos seudo-existencialistas que hemos hecho una lectura equívoca de El ser y la nada de Jean-Paul Sartre, la respuesta es NO…
De hecho, ni siquiera lo hemos leído.
Pablo Estrada
CONTRADICCIONES PARA SUSTENTAR EL ECO
Manifiesto Negacionista

Los escritores contemporáneos no podemos asir el instrumento, lira, arma, con las cuerdas gastadas de los movimientos pasados.
Si lo hiciéramos cometeríamos 2 pecados, uno por ignorancia y otro por arrogancia y viceversa.
Escribir ha sido por asalto la forma más rescatable de sentar un precedente de existencia y compromiso con uno mismo y el mundo al que se está sujeto a vivir.
Mas, escribir en finos trazos con la métrica puntual alejandrina o beber en botellas de moscatel y rincones de biblioteca (pública) el zumo de la Grecia épica y mordaz o de la Roma guerrera y lívida está de sobra en una época donde el papel de los héroes, los míticos centauros o de los Diógenes que se divinizaron a través de su palabra de mil ojos se ha convertido en otro negocio.
Repetir esto sería situarlos en un contexto rudimentario, ramplón, tergiversado, prostituido de boca en boca, de intelectual en intelectual. (Primer pecado de una serie de eternos)
Así los dioses que olvidaron o condonaron el pecado de Prometeo bien pueden descansar en los coliseos y anfiteatros y sus ecos dormir plácidos en las primeras cajas de resonancia de la Europa antigua.
Ojalá con este intento de dictamen forense dejen de ser desgastados y puedan descansar y ser dioses de verdad y filósofos de verdad y pensadores per seculas seculorum y dejen ya de ser los esclavos del parafraseador infaltable para que su palabra como lo diría Poe no pierda su asonancia y se convierta en cacofónica con la reiteración de la misma. (Doy así fin nuestra omisión del primer pecado por ignorancia)

Arrogancia y viceversos
La única forma redimible con que contamos es la contradicción de nosotros mismos que sustente en el eco del tiempo los caracteres de verdadero fluir, desligado de la academia, del precepto, de la costumbre, y ya sin ellas de los vicios y virtudes que éstas acarrean, pues a ello debemos la subjetividad del pensamiento y la falta de una corriente pragmática en la sociedad literaria actual. En palabras de Barba-Jacob para que resuene en nuestros cantos la voz de esta edad (parafraseo como contradicción).
¿Cuánto pueden pesar los lastres de un conocimiento preestablecido en la búsqueda actual de una forma de vida a través de las letras?
Y sobre todo ¿qué tan honesta puede ser una conclusión basada en antiguas creencias y en enseñanzas que obedecen a tiempos diferentes?
Esto sería casi igual a querer la luna como la primitiva rueda de los fenicios y acarrearía errores, tal como en la edad media, cuando la iglesia intimidaba al feligrés con su arte gótico proponiéndole con sus gárgolas que al entrar el hombre salía el demonio y así, una infinidad de malentendidos que provocaron un retroceso en el desarrollo de una mentalidad libre e independiente.
El negacionismo NO busca más que indefinirse, desligarse de la corriente y, a la manera salmónica, sublimar su especie para el ritual de una muerte honesta, digna, así sea en Colombia.
Y a su vez ni siquiera busca, ya que esto le impide la respuesta, no existe para él una verdad absolutista. Al despojarse de la norma pierde la venda y sus ojos apuntan bien o mal a ningún lado pero, en todo caso, a una visión nueva y totalmente distinta del universo.
La poesía es el arma, el medio de comunicación, el puente con el mundo y el absurdo propósito de indefinir el tiempo que vivimos, donde cualquier idea está sujeta a la mira del tirano y a la certeza de naufragar en la mar de las lenguas ulceradas por la envidia y la crítica y la falta de propuestas renovadoras, de cambio, de ataque, propuestas kamikaze, propuestas bien o mal puestas pero ofertas sinceras, como el negacionismo (hijo mongólico de una sociedad enferma, poligámica, incestuosa, pero finalmente innegable vástago).
Si algo busca el negacionismo es explicar nada, dejar el camino abierto para que cualquier idea sea igual de válida o inválida, igual de libre y prisionera de sí misma, de sus condicionamientos y sus requerimientos.
Los movimientos que hasta ahora han buscado dar una alquimia posible para la vida han fallado en el intento, han zozobrado, se han ido a pique por presuntuosos y fanáticos, por encerrados en sí mismos, en una necesidad que generalmente al ser dictadora sólo busca esconder las falencias de una época y los errores de sus proponentes.
El negacionismo está abierto y cerrado, sería a veces como Dios es y NO es al mismo tiempo y cualquiera en su momento (generalmente de crisis) puede echar mano de él para encontrar en sus múltiples espejos que no hay enemigo más grande que creer.
Larry Mejía
UN HATAJO DE TIPOS QUE ESCRIBEN POESÍA
Lo que parece que casi nadie entendió es que al principio los Ramones no eran una banda de punk rock. Eran una pandilla de jóvenes callejeros sin futuro que terminaron tocando punk rock. Así como la Generación Beat estaba formada por un puñado de escritores que tenían en común su paso por la universidad y la homosexualidad y su gusto por el jazz. Tampoco entendieron que el grupito que siempre había sido y siempre sería hasta el final se acabó porque Cobain se mató, Novoselic desapareció de la escena y Grohl coqueteó tanto con el pop que terminó convertido en una vedette más y Nirvana se popularizó a tal punto que en el estante de novedades de cualquier librería podías ver los diarios y la biografía de Kurt.
En este sentido, los negacionistas somos un hatajo de tipos que escriben poesía y que como cualquiera nos reunimos en bares, cafés, asaderos de pollos, parques, burdeles y otros sitios a charlar y pasar el rato, pero que a diferencia de los demás leemos y a veces escribimos poesía. Y con quienes también lo hacen, diferimos en que no consideramos esto como una especie de noviciado para anacoretas que sólo pueda hacerse de manera privada y que se convierta en un pontificado individual. Para nosotros la creación poética no es un acto mágico, ni una revelación divina, una epifanía o un momento de lucidez o locura; es pan nuestro de cada día, es algo tan corriente como para alguien más puede ser ir a trabajar o estudiar, alimentar su mascota y sacarla a cagar al prado vecino, pedir limosna, firmar autógrafos o cheques, jugarse la vida o ganársela follando, robando, matando o salvando la de otros.
Puede que nosotros –o uno, al menos– haya probado la misma hierba y los mismos hongos, bebido más John Thomas y menos Jack Daniel’s, salido en la tele siendo el mejor actor infantil del momento o invitados de tercera en un programa de cuarta, estado en tantos conciertos de rock, comido más o menos pasabocas en cócteles y recibido iguales aplausos y rechiflas que todos los otros que escriben en un país donde la poesía es de Roca y la hacen gurúes de la publicidad o el periodismo. La diferencia esencial es que aquello que la apabullante mayoría considera posible, plausible o aceptable, para nosotros resulta rehusable: negable.
Nos negamos a aceptar lo que casi todo el mundo acepta. Y la poesía la consideramos como a una adorable mujerzuela que no tiene nada bueno para nosotros pero a la que somos incapaces de abandonar, de olvidar, como ella hace con nosotros, a la que le metemos hasta el alma por donde le quepa y por ella nos ganamos no premios sino desprecios, burlas, ofensas y hasta enemigos que ni siquiera merecen nuestro odio o nuestra oposición.
Ingrata puta, anhelada dicha, diosa mundana, emperatriz tirana, pequeña nada, pérdida de tiempo, última esperanza. Voluble, amable, embaucadora, bella, necia, seductora, errática, piadosa, aburrida, exigente, impostora, estimulante, mordaz, gratificante, sarcástica, ingenua, embriagante, pura, imponente, irresistible, sombría, invisible, emocionante, frenética, desesperante, alentadora, asesina, inalcanzable, medrosa, fatal… inefable. Esa es la poesía, que lo traiciona a uno con el lenguaje, ese prepotente pirómano con el que no se puede jugar sin quemarse, al que no se le debe apostar porque invariablemente ha de hacer trampa, con el que como quiera que sea si compites, pierdes.
Esto, desde luego, sólo es mi punto de vista sobre nuestra labor negacionista; cada uno de nosotros tiene el suyo. Si en los demás grupos se hace consenso antes de emitir una opinión, en el nuestro NO.
Pablo Estrada
Mi única arma es el lenguaje, y aunque sé que éste es más potente que las ametralladoras, me desespero porque yo solo no puedo aniquilar la idea de destrucción que los propaganditas inculcan a los hombres. Sin embargo yo soy propagandista, y estoy intentando devolverle al ser humano su dignidad y su candor naturales. Quiero sacarlo de la turba para devolverlo a su cuerpo y a su mente. Quiero arrancarlo de la pesadilla de la Hitoria y elevarlo hacia el sueño plácido que vuelva a ser el de antes. Sólo al ganado se lo arrea.
William Saroyan
Yo sobre la tierra

MUCHO MUCHO RUIDO
ENSAYO SOBRE LA INPERTINENCIA
Y hubo tanto ruido que al final llegó el final...
Joaquín Sabina
Con 5 minutos de prolongado ruido nuestro presidente busca acostumbrarnos a las sirenas de los tanques de guerra que pronto podrían ser pan de cada día en las calles de la ciudad.
La gran declaración de guerra era proferida ahora por la voz de todos y cada uno de los colombianos haciendo 5 minutos de ruido, el pez muere por la boca dicen los que saben. Parece que no le basta con su imperio de terror al presidente, ahora ha traído 5 minutos de extenso ruido que avivan el folklore de una tierra miserable y de un pueblo estúpido.
Los vi con impotencia, mientras iba presuroso en el transporte, con ese inexplicable afán de llegar a ningún lado. Sosteniendo un cochino pañuelo blanco en sus manos sucias, colgando una infame bandera de sus casas en arriendo (donde no hay segunda muda pero no falta la tricolor) y con su voz pendenciera y su risa lastimosa que semeja una mueca de muerte. Y ese paisaje de la calle Décima: “¿Quién es Leonor Serrano? (eso es algo que deberían preguntárselo a los perros callejeros que murieron salvajemente electrocutados por orden suya), SamuEL alcalde, 1 de mayo día internacional del trabajo, t.q.m., pre-unal, comandos azules número 13, pre-icfes vacacional, Santa Fe X 100pre, U.P.N. presente, se arrienda pieza.
¿Cuánta energía se desperdició en 5 minutos de autómata ruido?, ¿no hubiera sido más ético callar? Eso es imposible aquí, en Colombia todo se hace al revés.

Sirenas, bocinas, cornetas, cláxones, clarines, trapos blancos y conciencias negras eran el júbilo inmortal de este país sin futuro, ya Carlos Vives lo dijo, la tierra del olvido.
A propósito, ¿contra qué se supone que estábamos protestando?, ¿de qué se trataba esta vez el “clamor” del pueblo colombiano?
19 países unidos al nuestro tratando de limpiar la memoria de sus propios errores en marchas plagadas de doble moral e intenciones políticas soterradas. En Colombia dimos ejemplo: en la capital de Caldas el pueblo manizalita se volcó a las calles, en el Valle del Cauca, respondió la gente que está del puente para allá, en Medellín su gente pujante proporcionó su mano y “Para adelante presidente”.
Ahí estaba Colombia, tapizada de infamia, protestando, delirante de folklore, sublevada, servil del norte, opositora, manoseada del mundo, clamorosa, prostituida de su propia entraña, airada. Ahí estaba Colombia, llena de hambre y vacía de memoria, con esa mueca de sonrisa que ni siquiera será esperanza cuando aparezca en los labios de un niño que está perdiendo sus primeros dientes.
Ahí estaba Colombia haciendo sonar sus voces y su orquesta de tristezas, doblando las campanas de una supuesta madre, haciendo vibrar sus gargantas rebosantes de odio, ausentes de pan. Ahí estaba Colombia con la cara pintada de blanco gritando los múltiples nombres de sus muertos, sus innumerables masacres, sus incontables desaparecidos, sus hijos silenciados, sus tierras expropiadas, su fortuita explotación. Ahí estaba Colombia gritando por sus secuestrados pero olvidando el secuestro mayor, ése que nos cierra todas las puertas y nos impide salir de una vez por todas de semejante carnicería en que permanecemos.
Los hijos de Colombia primero son arrancados de los campos y son llevados al lugar donde habitan el hambre y el destierro, luego se enfilan en cualquier grupo que sin importar el nombre les provea otra suerte, pero siempre habrán de regresar muertos a un ranchito en algún rincón de cuyo nombre no quiero acordarme, y su madre recibirá el trapo tricolor, sí es que ese grupo es el ejercito, por que los otros muertos no cuentan, eso son harina de otro costal. Los hijos de Colombia no son los hijos de las montañas, Colombia los desconoce y los condena, cuando finalmente son los mismos hijos pobres, desarraigados, nacidos en dolor, que desde alguna trinchera estarán defendiendo un dinero que jamás verán y un poder que desconocen.
Ahí estaba Uribe diciendo a qué hora hacer ruido y a qué hora callar, secuestrando los sueños de un país que se acostumbró a vivir dopado de su propia realidad, y yo desde mi transporte, no tenía preguntas porque sé que no hay respuestas. Sólo una cosa más (por el bien de mi inconsciente), ¿quiénes son los secuestrados?, ¿solo esos que la guerrilla tiene en la montaña?, ¿o los 40 millones que tiene el presidente rondando como fieras famélicas por todo el país, buscando como salir de él?
¿Por cuál libertad demanda el pueblo? No lo sé. Mas, ahí seguirá Colombia agitando con delirio sus miserias a mediodía, con todo el ruido del que somos capaces en estas exóticas latitudes del trópico y en la tarde haciendo un ruido similar, para entonces ya no serán 11 diputados muertos, sino 11 jugadores de futbol haciéndonos gritar porque quizá esta vez sí se puede.
Ahí estará de nuevo Colombia, ya no llorando su inmediato presente, si no esta vez esperando ansiosa una redención, que como no llegó con un partido político, llegará con uno de fútbol.
Larry Mejía.
En memoria de los 40 millones de muertos que seguimos vivos y secuestrados en Colombia, y de los otros 4 millones que lloran a la distancia y nos ayudan a clamar por radio o televisión
Los Negacionistas estuvimos en el homenaje al poeta nacional recién galardonado, quien para muchos ha sido piedra filosofal pero para otros una piedra en el camino, una roca en el zapato. Por ellos, por nosotros, esto. Y como consideramos que tanto ha usado y abusado de la polisemia de las palabras, pues ahora le ofrecemos un poco de su propia medicina.
Nota preliminar: Los acontecimientos narrados a continuación no son mera ficción ni una mentira bien contada, pertenecen a la vida real. Algunos nombres de personas involucradas han sido omitidos para enfatizar el efecto de los epítetos usados. Se recomienda la compañía de poetas menores y responsables.

ROCA QUE ENCUENTRA LA ROCA

Que cada palabra mía fuese ahora como piedra de cien filos:
la llave inmisericorde que abra y destroce todo corazón.
O como dentellada de lobo que tiene prisa por llegar
a las vísceras palpitantes de su presa.
Pues mi propia pobre entraña está llagada y desnuda
viendo llegar a las escalinatas la delegación de mi pueblo:
hermanos, mi más inmediata semejanza.
Helos ahí, entre taciturnos y atónitos:
doblegados bajo la lluvia de su propia sangre
y con el guijarro de un “¿por qué?" en la garganta.
Jorge Zalamea
El sueño de las escalinatas

Ese tedio de miércoles, mitad de semana y de alguna forma limbo de un tiempo que parece detenerse (o estado de los justos antes de la redención), empuja a buscar en el fondo de una botella al menos un resacoso renacer. Así que esa noche decidimos buscarlo encaminándonos Carrera Séptima hacia el norte. La ciudad estaba húmeda de su lluvia y su fatiga. Los rostros se evadían entre sí. Sin embargo, resolvimos asistir al pequeño circo que tenía momentánea sede en un lugar del que a discreción de uno de los dos, el otro solía ser asiduo huésped.
–Vamos al homenaje del gran poeta –dijo éste.
–Pero, hermano, ¿para qué zapatos si no hay casa? –pronunció aquél.
–Pues para la dignidad.
–Y ¿para qué la dignidad?
–Pues para… para… ¡para la dignidad!, que "para qué" pregunta este hijueputa.
La impronta del cine nacional está bien marcada en nuestra memoria, sobre todo en nuestros diálogos.
Llegamos, pues, a lo que más parecía un desfile de esnobistas y otras hienas que un sincero homenaje. Allí estábamos, en ese hórrido y prestigioso antro del que tanto crédulo es devoto, incluido uno de nosotros dos, para gusto de uno y fastidio de otro, pero no importaba: no tenemos que estar de acuerdo, no somos familia, ni pareja, ni socios, somos apenas un par de pobres diablos –uno munífico, otro cicatero; uno insensato, otro elocuente… ¡qué importa cuál!, ¡qué importa cuánto!– llenos de odio, resentimiento y frustración, una soberbia infundada, una pizca de talento, cierto criterio, algo de cultura y nada de modales, restos de rebeldía adolescente, un inexplicable sentido común y el ímpetu suficiente para hacer lo que otros hijoputas en las mismas condiciones jamás se atreverían…
El lugar estaba lleno e igual que la calle, sudoroso y viciado, transpirando ese pringoso aire de intelectualismo barato que se consume con avidez en cuchitriles bohemios de la ciudad. Ese no sé qué sí sé dónde nos obligó a permanecer expectantes en aquella especie de serpentario donde las boas se enrollaban con elegancia mientras los crótalos se deslizaban con un dejo de arrogancia entre los asistentes, moviendo la cola y haciendo sonar sus cascabeles. Aunque el público no era tan numeroso como en otras ocasiones, de todos modos, no hubo puesto para nosotros. Muchos de los presentes no parecían para nada interesados en el evento que se llevaba a cabo; más de uno estaba allí para beber y parlotear, impresionar chicas impresionables en busca del polvote de la noche, o dárselas de ilustrado por su paupérrima erudición de bolsillo. Pedimos un par de cervezas y nos instalamos allí como quien no quiere la cosa. Y es que para ser honestos, no queremos la cosa y, si vamos más allá, la cosa nos es que nos quiera de a mucho a nosotros.
La luz de un proyector se encendió para dar paso a un recalcitrante y chapucero documental sobre el poeta colombiano ganador del premio José Lezama Lima otorgado días atrás por Casa de Las Américas. Se veía al escritor preparar con innecesaria solemnidad su café y saltar como picaflor de libro en libro, de mueble en mueble, fingiendo naturalidad, representando la supuesta cotidianidad del hombre de letras muy mal interpretada, hablando en tono mundano de la santidad de la poesía, hasta que en un momento determinado y poseído por el paroxismo propio de los ‘iluminados’, frente a su ventana, sostenía con una mano un retrato del joven Rimbaud y con la otra acariciaba la imagen con tal devoción que generó una empalagosa mezcla de pasión y engrudo, mediada por la ignorancia y la falta de criterio, que arrancaba desaforadas exclamaciones y tenues suspirillos entre propios y extraños. Desatinos y disparates flotaban por el lugar fundiéndose con humo, pintalabios, sonrisas sibilantes de los ofidios allí presentes y música de protesta que cada tanto regenera la utopía socialista de los borrachos que asisten a este tipo de espectáculos. El asunto era tan patético que el propio vate pidió fuera suspendida la tortuosa proyección.
Cuando uno de nosotros reconoció entre los ilustres cogotes de la mesa principal el de su escritor sucio favorito hasta esa noche, que –según el otro– titula sus libros como si se tratase de un tabloide sensacionalista, quiso acercarse a saludarle y charlar un rato con él, pero titubeó antes de hacerlo finalmente. Junto a él estaban el gran poeta, el hijo de otro autor recaudador de premios literarios, creador de la saga del personaje más anodino y postizo de la narrativa nacional –para uno– o el más entrañable y convincente –para el otro– y una recua de seguidores que constituían el séquito del homenajeado. Su escritor sucio favorito saludó con tal desparpajo que ni siquiera le estrechó la mano. Eso sí, le invitó a sentarse entre los grandes y le presentó una chica libidinosa (eso lo constatamos con el paso de la noche) que le ofreció Boca que busca la boca, una antología de poesía erótica colombiana del siglo XX, prologada y seleccionada por el célebre poeta allí presente. Uno de nosotros con su tradicional apatía y su costumbre de no desperdiciar el dinero, le dijo que no le interesaba tal libro, pues no le gustaba ni el renombrado poeta, ni la llamada poesía erótica; por su sinceridad se granjeó la simpatía de ella.Después de hablar un rato sin tener de qué hablar con la chica, uno de nosotros se aburrió y regresó con el otro. Codeándonos –literalmente– con los ‘selectos’ asistentes conseguimos un lugar de privilegio desde donde, sin mayor esfuerzo, podíamos observar el paisaje adyacente y ver a los recién llegados al vicioso círculo literario, haciendo ese vulgar numerito de flirteo intelectualoide, ensartando frases afectadas que intentan hacer mella en el escritor de moda, en tanto apuran a sus bocas el horrible ron… solo… pues en el sitio no hay cuba libre… allí son anti-imperialistas y no se vende Coca-Cola.
Era como estar en medio de un parque zoológico rodeado de la más diversa fauna: chacales y lobos, toda clase de víboras y lagartos, buitres, cerdos, perros, gusanos, viudas negras y mantis religiosas, tigresas, gatas, zorras, cacatúas, bagres, vacas, sapos y patos, un mosquito, un albino, ratas, camellos, asnos, gallinas, tórtolos y chorlitos, macacos, borregos, pulpos, alacranes, sangujuelas, comadrejas, cucarachas, abejorros, sabandijas, camaleones y delfines. Y nosotros siendo sólo un par de salmones fuera del agua. Parecía hora de irse. Uno fue a pedir la cuenta y otro fue a despedirse de su escritor sucio favorito. Se acercó a la mesa principal donde corrían parejo licor, algarabía, alarde, adulación y chabacanería, y se quedó allí bebiendo whisky. Y por pura inercia, ¿o por simple gravedad?, ¿o fuerza de atracción?, ¿u oposición?, no sabemos, el otro también terminó sentado a la mesa del poeta y sus epígonos, como convidado de piedra a aquel banquete de viandas humeantes de servilismo, hipocresía, parafraseo y ron. Pensándolo bien, desconocemos la razón de nuestra prolongada permanencia entre tan insidiosa audiencia, plagada de zalamerías y desproporcionados elogios para con el homenajeado, elevado a la categoría de gurú nacional de la poesía.
Y mientras los aspirantes a autores del ‘diario de un seductor’ sin tener ni idea del ‘concepto de la angustia’, exhibiendo sus modestas credenciales, cortejaban a las aspirantes a musas, galateas o Yoko Ono de poetas más ciegos que Milton, Borges u Homero, pigmaliones convertidos en ciclópeos polifemos o algún enceguecido Lennon de la literatura, celebraban su hazaña donjuanesca de quedarse con el alentador número del móvil que anotaron en la última página de la nueva antología de León De Greiff, descubríamos que las acompañantes de los escritores eran mejor compañía para nosotros –los convidados de piedra pero no de roca– que para ellos.
Entre ellas, tres gracias, a quienes uno de nosotros se dirigió. Una resultaba tan atractiva y misteriosa como un precipicio pero uno no quería abismarse ni resolver enigmas de una bella esfinge en un momento como ése. Otra le recordaba una de las chicas rusas de una película americana de terror. Estaba metida en el asunto de la poesía; por eso resultó fácil que dedicara toda su atención al hijo y promotor del segundo autor colombiano más importante de México. El primero es el del Nóbel, no Fernando Vallejo, hay que aclararlo. Y la última, una preciosa mujer bastante “amable” (como dice el otro: del verbo “amar”). Cuando estaba hablando con ella fue bruscamente interrumpido por un sujeto que esa noche leyó versos del poeta premiado de un libro prestado de la biblioteca pública que otros más tomaron como bitácora de ese inmóvil viaje, así como otra noche leyó con pose de poeta maldito lastimero en presencia de nosotros y quien le dijo al escritor sucio favorito:
–¿Recuerda cuando usted leyó El automóvil sepia y nadie lo escuchó? Pues yo estaba allí escuchándolo.
De lo que el escritor sucio favorito de uno de nosotros hasta esa noche con su efectista indiferencia no hizo comentario alguno. El otro de nosotros se acercó al sujeto y le dijo:
–¿Recuerda cuando usted leyó a Baudelaire aquí y nadie lo escuchó? Pues nosotros estábamos ahí y tampoco lo escuchamos.
El mismo de nosotros que había dicho eso, por efecto de los tragos y de lo molesto que se encontraba con aquella farsa, se atrevió a dirigirle la palabra al gran señor de toda letra.
–Buenas noches, ¿es usted el maestro?
–No, no lo soy.
–¡Ah, qué bien! Entonces ya que somos un par de alumnos, veamos qué podemos aprender de todo esto…
Y se fue dejando al ‘maestro’ con la palabra espuria en la boca y el peso de la vergüenza en la cabeza, inclinándosela por momentos, o quizá solo fuera la borrachera y la carga de los largos años de porfía para obtener un premio como el que le habían otorgado, construyendo su buena reputación de poeta comprometido e innovador y su mala fama de pendenciero, engreído, bebedor y mujeriego. No debió agradarle el comentario y probablemente para ahuyentar todo remordimiento se levantó y estuvo bailando y rumiando como vaca sagrada en las mejillas de las jóvenes recién paridas a esos ambientes literarios que no entienden pero a los que se acercan buscando en extraños autores cuyos nombres les sean más impronunciables la redención a su precaria inteligencia y su ostensible belleza.
Para uno de nosotros era curioso ver a su escritor sucio favorito departiendo con el hijo del autor del que tanto había despotricado y bailando esa música tropical a la que tan mal se había referido antaño y que a la requisición del otro por haber prometido la publicación del libro de uno, respondiera:
–Pablo está mejor así, déjalo seguir siendo felizmente inédito.
O
–Me estás confundiendo. Yo soy boxeador profesional, te debes estar refiriendo a otro.
Y:
–No creo que haya dos tipos tan feos que se llamen igual –fuera lo que le espetara el otro.
Uno también cuestionaba por qué a don Juan Manuel –no el Infante, sobrino de Alfonso El Sabio, autor de El conde Lucanor, sino el poeta premiado– se le considera un escritor socialmente comprometido, si lo único que ha hecho es crear un país de sueños y un mundo de espejos, jugando con el significado de las palabras e insertando uno que otro retrato de una dolorosa realidad nacional que vaya uno a saber qué tanto ha sufrido… ¿No será eso realismo mágico en poesía? ¿Será que hacen falta cien años de soledad para denunciar la masacre de las bananeras? Uno se preguntaba cómo es que alguien que vive en uno de los mejores barrios de la capital, arriba de ‘las escalinatas’ y tiene acceso a ‘templos’ y ‘palacios’, periódicos y parnasos, pudo dirigir una carta rumbo a Gales a una dulce señora contándole que lo habitan las calles de este país, por las cuales pasear es hacer un largo viaje por la llaga, un país donde hay hombres torturados y crecen la rabia y las orquídeas por parejo… ¿Será que este dulce señor en que se ha convertido el rebelde poeta de otrora, quien ahora afirma que escribir no es asunto de jóvenes, realmente sabe de calles y heridas o lo que es vivir entre lunas de ayer, muertos y despojos? ¿Será que él, como uno, tropieza con un cadáver cuando va a tomar un bus rumbo no a Gales sino a un lugar donde va en busca de empleo? ¿Será que a él como uno a uno le ha golpeado en la cara el puño de la humillación y en el estómago la patada del hambre?
Asqueados ya de semejante espectáculo tan bochornoso, de ese ruin baile de máscaras de coquetas cuarentonas que exhiben con timidez fingida sus marchitos encantos, de bohemios de pacotilla creyéndose más dandies que Wilde sin llegarle a las polainas, de acartonados mancebos que queriendo parecerse a Capote apenas alcanzan un indecente homosexualismo y una álgida adicción a cuanta cosa rara esté de moda y de escritores maduros que se defienden hábilmente con una retórica que semejante a sus pantalones a duras penas se ajusta adonde terminan sus nalgas, determinamos salir de allí diciendo: “De esta agua no beberé”, pues ya habíamos bebido bastante de otros más espiritosos líquidos y en esos fortuitos lances oscuros de las esquinas inconscientes del licor, habíamos tenido pequeñas batallas labiales con alguna áspid alicorada que gracias a dios (Baco) nunca faltan.
Y así, como el que quiere besar busca la boca y el que quiere pelear busca la roca, con el ferviente deseo latente de demostrar nuestra presencia e inconformidad, decidimos hacer algo para rescatar el espíritu de la fiesta. ecordando al adolescente Chaplin, quien solía hurtar los cigarros del mercado, más que por cleptomanía para que le endilgaran crímenes mayores, como sucede en tan nobles casos pero sin creerse Charlie, sino igual que alguno de esos astutos autores que haciendo vil uso de sus conocimientos plagian escritores desconocidos para hacer nombre entre tanto incauto, uno de nosotros pensó que sería una buena ejecución de la ley del Talión escamotear el libro del ‘maestro’ y así ojo por ojo, palabra por palabra, quedar a mano. Con la complicidad terrorista del otro, dimos por terminada nuestra asistencia luego de sustraer un ejemplar del libro del gran poeta, el que había circulado de mano en mano, de boca en boca.
Una vez fuera del antro aquel y por un intempestivo relámpago de conciencia, caímos en cuenta de lo desagradable que sería ver en casa algún libro de este ídolo de barro cuyo embustero eslogan es que “una mentira bien contada tiene rango estético”, manchando con su presencia la de genuinos escritores. Recapacitamos que eso sería como poner una desagradable cabeza de buey como trofeo de caza y optamos por mejor arrancar sus páginas y arrojarlas al aire, en vez de llevarnos el estorboso ejemplar. No era otoño –en Colombia no hay estaciones como en Gales– pero aquella noche cayeron hojas marchitas sobre una parte de la ciudad.
Sabemos que todo esto fue como arrojar una piedra contra una montaña rocosa, escupir mientras llueve o enfrentar un tanque de guerra con un palo, pero era algo que teníamos que hacer o de lo contrario nos hubiésemos arrepentido siempre por no llevarlo a cabo y sencillamente lo hicimos.