lunes, 24 de noviembre de 2008


DE LA ESCLAVITUD A LA OBLITERACIÓN
o
LA PORTADA DEL DISCO DE BLACK SABBATH

Para mí este Libro de Vampiros es un relato entrañable, tanto por los afectos que comprende como porque va directo a las entrañas; a propósito, me resulta estimulante leer sobre las hembras que parece que pusieran el pulso virgen de sus venas en el oído de Naël Bröck... protagonista de este relato lúcido de una historia delirante sobre lo falso que parece cierto y las certezas que se tornan imprecisas, vagas, nebulosas...
Se trata de un upiro que se acerca sin sigilo, vacilante, sibilante, acezante, quien igual a los murciélagos –mariposas roedoras– o la ola marina, entre más se conjure con mayor fuerza se precipita indigesto pero insaciable de sangres de doncellas perturbadoras del sueño inverso del noctámbulo con plegarias a las que él responde como un filósofo de tocador o un maestro de la escuela del libertinaje. Incluso da consejo a una muchacha para que no se una a esa extirpe maldita y cautivadora a la que inevitablemente ella pertenece(rá). Y es esta chica, una Mina Murray, mujer que surge –bendita– como una luz que amenaza con seducir y destruir al vampiro. O aquella que como Elizabeth Stride descubre el placer de la víctima y, al contrario de sirenas y Odiseo, es ella quien escucha el suave canto de la muerte que la guerra trae...
Se presenta al lector en este drama menor -lo digo pensando más en escala musical que en términos dramaturgicos- el vampiro con sus malas mañas, su dudosa conducta y su vida licenciosa (lo que todo buen hombre quisiera tener), que masculla en su foso, enterrado bajo palabras; pasa como un soplo nocturno y se funde con la casa (que se presiente pálida y ruinosa, como la de la portada del disco de Black Sabbath); nos pinta su sombra que doblega otras sombras y su reflejo al que rehuyen los espejos; nos retrata un ser consagrado a la pasión del sufrimiento propio y ajeno, capaz de convocar pestes, almas muertas, noches negras y mundos posibles; que es en sí la suma de una fauna fantástica de bestias y bichos que pululan, se crispan, laten, degluyen y regurgitan y son el otro mundo; primo de la araña es, pariente de la pulga, esa otra criatura succionadora de sangre.
Hay otras presencias, al lado de la sombra del vampiro, lo advierto en esa voz que con entusiasmo de una oscura secta resuelve clonar al demonio y aguardar el regreso de la bestia. Y está por allí Glaslow, el herrero quien podría ser el tipógrafo que acuña las letras con las cuales se escriben los hados.
La oscuridad y su presencia, la penumbra y su sugerencia, la tormenta y sus misterios, la noche y sus miedos cabalgan carcajeantes por el paisaje lóbrego e impreciso que como un ser inmortal atraviesa el tiempo y resulta sobrecogedor. Leo y encarno como Max Schreck, Bela Lugosi o Christopher Lee al vampiro y navego hacia la isla de los muertos de Arnold Böcklin pero nunca llego. Se me ocurre una pregunta: ¿No será el ataúd una suerte de canoa que ningún Caronte conduce? Y como cualquier upiro callejero transito la rutina y el tedio, fábrica de muerte de los días. Y es fácil, es fácil ser vampiro. Es terrible y es hermoso.
Finalmente este Libro de Vampiros es como el reflejo del vampiro en el espejo: no existe, pero su presencia se siente y basta invocarlo para que comience su vida eterna. Es además una historia que transcurre desde la esclavitud hasta la obliteración y está aquí presente la belleza de la muerte: lo plácido en lo mórbido. Este libro era la vida que no acaba y se hacía necesario clavarle la estaca. Sus versos serán ceniza, mas tendrá sentido. Y así como no habrá funeral para el vampiro, a partir de esta noche la sombra de este libro perseguirá a su autor que a veces sí y a veces no aparece en las fotos.

pablo estrada