viernes, 28 de marzo de 2008

Willmer Echeverry

MANIFIESTO POÉTICO 1996
– Somos el resultado de la violencia.
– Nuestros orígenes no se pueden basar en el acto de la venganza.
– Nos reconocemos como seres de límites.
– La historia es un hecho poético.
– Ante la sospecha de que todos seamos sospechosos de intereses particulares, se decretan los actos individuales, libres.
– El arte es una carta abierta a la arbitrariedad.
– La palabra debe ser verbo, el movimiento es conocimiento.
– El arte es el alma de un pueblo, su negación es generadora de violencia.
– La verdad se oculta en nuestros orígenes y es en el camino de la experiencia diaria donde se encuentra su desarrollo.
– Al aceptarnos como seres en estado de contradicción continua, se perdona a aquellos que se refugian en ideas para el no compromiso.
– La ignorancia es la amiga de la quietud.
– La historia es un presente continuo.
– Sólo se es participe de la historia viviendo el presente.
– El pasado es el poema que nunca escribimos, el futuro la palabra no encontrada.
– Quedarse en intereses particulares es desear la desaparición del otro.
– Es obligación decir la verdad en el arte. Los valores como el conocimiento no son algo que solamente se lea en los libros. Es algo que se vive todos los días.
– Cada ser humano es el centro y medida de su belleza. Se decreta el fin del academicismo como medida absoluta. La academia es un lugar posibilitado de ritmos, no un patrón de medida.
– Debemos ser capaces de convertir nuestras maldiciones en bendiciones.
– Ante la poética sólo nos queda la experiencia personal.

Desquicio 2007
El presente trabajo corresponde a los “Ejercicios para dibujantes” que se usan en las clases de artes, para los estudiantes de artes y como una forma diferente de pensar la palabra en la poesía.
– Una persona que observamos en un televisor.
– Algo construido a partir de la luz.
– Algo que pueda desaparecer en el tiempo.
– El cielo de un país diferente.
– Un rayo de luz que entra por la ventana.
– El reflejo de la luz en un espejo.
– Un rayo de luz que golpea una fruta.
– Una historia en cinco tiempos diferentes.
– De lo que pasó el día de ayer.
– Cosas que puedan pasar en el futuro.
– Cinco formas de la luz al amanecer.
– Cinco formas de irse la luz en el atardecer.
– El no dibujo.
– ¿Qué hacen cuando no tienen nada que hacer?
– ¿Sobre qué pensamiento pueden caminar?
***
CITA CON UNA DAMA o LA SIGUIENTE JUGADA DE DIOS
Pasé gran parte de la semana rodando por las carreteras. De nuevo, trabajaba para mi padre. Al sexto día de trayecto me encontraba en Bogotá, haciendo lo mismo que he estado durante años. Madrugar, conducir, pensar, desvelarme, joderme la cintura y los riñones, esperar a que las horas pasen para llegar a un destino –el cual, básicamente era ningún lugar– y entretanto seguir pensando.
Una vez en la ciudad capital fui a un lugar al que usualmente frecuentaba para revisar mi correo electrónico. Sólo por matar el tiempo. Trabaja en él una chica bastante simpática. Saludó, jovial, radiante, feliz. Me alegré por ella. A veces, o por lo general siento envidia de la gente feliz, porque no logro comprender dónde o en qué reside su felicidad. Quizá sea algo auto-impuesto y por ende, evidente. Pero en este caso aquella chica emanaba naturalidad. Entonces, cuando logras percibir eso de alguien, no tienes más que sentirte bien. Además, al despedirse soltó un beso al aire. Casi no lo pude creer. Era más de lo podía esperarse. Hacía nueve meses no tenía un contacto tan cercano con una mujer que no fuese mi madre o mi hermana. Me seguían agradando las mujeres, pero no quería pasar por el abandono y la pena de nuevo. Mi chica se había ido, no porque fuera una mala mujer. Se había ido porque el destino se empeñaba en tocarme los cojones y Dios no estaba por ninguna parte. Teóricamente asumo que Dios me dio un fabuloso helado de vainilla y seguidamente lanzó sobre mí una horrible y tempestuosa ventisca, que hizo que este se cayera en un montón de arena desierta. Y no conforme con ello, nubló mis ojos de gránulos secos y penetrantes. Un minuto de esperanza por cada dos o tres eternidades de desdicha. Más otras cuatro o seis planteándote la cuestión fundamental: ¿Dios, qué coño te pasa?
A la mañana siguiente emprendí de nuevo la marcha, intentado dormir un poco, a la espera de mi turno al volante. Y como insisto, Dios no aparecía. Ni siquiera de madrugada. Ni madrugándole. Así que a las cuatro de la mañana mi padre encendía la radio para escuchar las noticias. Una mierda reiterada que no hacía más que repetirse, hora, tras hora, principalmente porque, si dejabas de prestar atención a toda aquella logorrea, comprendías que usualmente a las cuatro de la mañana no pasa nada del otro mundo. Ni a las cuatro de la tarde ni ayer ni nunca. Pero existe esa necesidad de HABLAR de lo que ocurre, de tener la certeza de informar, de estar informado. Estar informado en un país tercermundista en el cual –entre otras barbaries– todavía se apela a la circunscripción de la iglesia católica hasta para tirarse un pedo, no significa otra cosa más que estar jodidamente sometido por unos gobernantes que hacen uso de sus propios medios para alimentar sus propios egos y hacerte creer lo bueno que han sido, son y serán contigo como ciudadano. Y una mierda.
Y como la vida es cruel, sobretodo en la mañana, una vez escuchado el sagrado cacareo de todos estos hijos de puta, mi padre enciende la tele portátil del auto. La misa del padre Chucho. Maldita sea. Padre Chucho, mis bolas. Y Jota Mario. Nadie imagina cuánto daño provoca ver, o escuchar estas atrocidades. No han pasado tres horas y es para darse por vencido. Oh, Dios de los cielos, algún día de estos te escribiré:
Querido Dios.
Sé perfectamente que no me quieres. Eso implica que no te importo.
Está bien, no te culpo por ello. Pero si no me quieres, ¿porqué no paras de joderme?...
Tuyo, hasta la eternidad
John B.
Por supuesto, desperté malhumorado y maltrecho. Con una erección notoria y vergonzosa. Quizá mi padre pensaría que mis sueños eran verdaderas antologías pornográficas. Pero nada había de sexual en mis sueños. Tan sólo cientos y cientos de pasajes angustiosos. Una casa fría y desolada. Lágrimas en un cuarto húmedo, contemplando un triciclo oxidado. Pesadillas que me recordaban aquella prolongada y estéril infancia. La finca de mis abuelos, en la que pasaba un mes de vacaciones escolares enfermo de fiebre y picaduras de bichos, y chamanes rezándome las bolas, quienes usualmente se inflamaban. Y toda la familia observándome allí, desnudo, incapaz de hacer cualquier cosa. Y mis primos burlándose de mis bolas enfermas… en fin. Dios se aparecía en mis sueños, diciendo: “Oye, mira: estoy aquí”.
Volviendo a lo de la erección, era más bien un asunto de la biología matutina. En todo caso llevaba nueve meses sin echar un polvo. No estaba dentro de mis planes. No obstante, en ciertas ocasiones sentía una vaga sensación de deseo. Entonces me resolví. Al llegar a Medellín comenté acerca de ello con un taxista.
–¿Nueve meses? ¡Dios santo! –dijo.
Con frecuencia se menciona a Dios en estos casos.
–Conozco a una dama. –dijo. Tiene dos hijos, y esposo, pero necesita el dinero. Sabe atender bien a sus clientes. Es algo baja de estatura pero está bien conservadita…
Me dio un número. Su nombre es Dayanna. Se me ocurrió sospechoso aquel nombre. Lo hacía por quince billetes, según el taxista. Otro dato sospechoso. Abandoné la idea de Dayanna y mis quince de mil.
Al llegar a casa –en un tercer piso– instalé una línea de Internet proveniente del primero. Un servicio compartido. Fácil. Si el tipo del primero se encontraba en casa, nada qué hacer. Y si no estaba, podía conectarme. El tipo tenía un trabajo y estudiaba y yo tenía un trabajo ciertamente ocasional y no estudiaba. Permanecía semanas enteras encerrado en mi cuarto, pensando, esperando, masturbándome la conciencia. Por lo pronto no había nada afuera que me resultara agradable. Había enloquecido meses atrás y posteriormente había caído en la mar de la depresión. Ahora sólo me quedaba contemplar a lo lejos mi helado de vainilla derritiéndose bajo el sol canicular. Y qué coño. A Dios se le hace divertido. Quizás hablaba de ello mientras bebía, o hacía milagros o se rascaba el culo. Al respecto tendré que escribirle otra carta:
Querido Dios
He visto al Diablo. Se me apareció en una película de abogados. Su nombre es Al Pacino.
Es un hombre fabuloso. Por mucho, mejor que tu padre Chucho.
Ojalá y el buen demonio no se enoje conmigo por tan humillante comparación.
ahora dime: ¿Qué vas a hacer? Sé que eres bueno con eso de las enfermedades.
¿Qué tal un cáncer? Bien, piénsalo. El tiempo pasa. Quédate con tu helado.
Hasta pronto. Por cierto, no te vueles los sesos.
PD: Hazle un favor a nuestro presidente: Unas cuantas lecciones de pronunciación.
A nadie le viene mal aprender a hablar.
Tras algunas horas de vagar por la red encontré a la chica adecuada. Preparé un café, tomé un baño concienzudo y escuché algo de música. Me afeité y me corté el pelo. En cierto modo estaba entusiasmado con la idea de mi chica de setenta y cinco minutos y tarifa estándar. Tuve tiempo de ojear un libro de Fernando González. Bajé al centro y compré un porro, al que le di un par de caladas. No podía fumar más. Mi salud no lo permitía. Más bien Dios no lo permitía. Pero el ser humano necesita alejarse un poco de la sobria realidad. De lo contrario sería imposible levantarse cada mañana. Y la gente sobria necesita de nosotros, los desesperados, los desarraigados, los idiotas idealistas, los inadaptados. Funciona para negar sus propias desgracias y sustentar su lucidez. Aún así, es una pena que la mayoría ni siquiera pueda enloquecer.
Mi chica se hizo esperar. Es así como actúan las mujeres. Aún habiendo dinero de por medio y se hacen de rogar. Una verdadera dama. Entré a esperarla en un bar mientras bebía una cerveza. Tampoco podía beber. Según el psiquiatra mis expectativas con el alcohol y las drogas deberían irse a la mierda: Media copa de vino –o en su defecto una cerveza– y un porro al mes, toda vez que me recupere. Y tras un año la recuperación no llegaba. Bien, otro de los chistecitos del todopoderoso…
Aquel bar me resultaba familiar. Recordé a un par de chicas con las que bebía ríos enteros de cerveza. A las dos las amaba, en cierto modo porque estaban fuera de sí. También recordé a mi chica, con la que bebía vino en el bar de enseguida. Aquellas mujeres fueron lo mejor de la vida. Pero nada de ello había en el presente. Tan solo un par de sillas desocupadas y distantes, y una grotesca melancolía por los “viejos tiempos”. Lo que quiere decir que te sientes envejecido y apaleado. Quise llorar un poco pero las lágrimas no aparecieron. Y salí en busca de mi polvo de las siete cuarenta de la noche.
Se trataba de una morena de lo más completo. El bisturí cumplió con su tarea. Y ella cumplió con la suya. Pero todo era muy diferente. Llevaba en el alma la memoria de aquel cuerpo que tanto amaba. Y era difícil de olvidar. La cosa duró unos cuarenta minutos. Tal vez el masaje que precedió la faena fue lo que valió realmente la pena. Por primera vez en mucho tiempo me sentí desagobiado.
Nos despedimos con besos y abrazos. Cené en un cochambroso restaurante y me fui a casa, a esperar la siguiente jugada de Dios.
Y mi respectiva respuesta.
JOHN BOTHIA
Medellín

jueves, 27 de marzo de 2008

Los negacionistas queremos agradecer públicamente a la UNESCO, la Fundación Común Presencia, el periódico virtual Con-Fabulación y el Ministerio de la Cultura, los cuales convocaron a la segunda celebración del Día Mundial de la Poesía, el pasado viernes (santo) 21 de marzo, equinoccio de primavera, y en el que participaron varios poetas colombianos reconocidos y no tanto, por NO habernos tenido en cuenta y evitarnos así participar de “aquello”. Y también por habernos permitido conocer la obra –de su propia voz– de Guillermo Martínez González que junto al ya por nosotros conocido tono de Jotamario Arbeláez, Rafael del Castillo y Mauricio Contreras, que a nuestro juicio estuvieron a la altura, la por nosotros notada ausencia de Juan Felipe Robledo, Jorge Cadavid y John Jairo Júnieles –quienes habían sido programados–, la por nosotros hasta entonces no vista faceta lírica de Rodolfo Ramírez, la por nosotros inadvertida presencia de otros, entre ellos Alberto Rodríguez Tosca, a quien el ritmo nato cubano no le dejó pasar del todo desapercibido (por nosotros) y las señoras invitadas a leer… ¿Cuándo será que de veras aparece una “mujer en escena” que aporte algo a la poesía nacional?... y los desatinos de Federico Díaz-Granados –quien osa dar talleres de poesía… ¿qué enseña: lo que no se debe hacer?–, las niñadas ‘bien’ de Mario Jursich y la desabrida vacuidad carente de fuerza y carácter de Alfonso Carvajal, quienes entretuvieron a un público nutrido (en alimento más que en número) que tampoco era multitudinario y entre el que se vio –como diría un amigo– mucho de fauna literaria criolla y uno que otro oligarca senil que cree que asistir a ese tipo de eventos da prestigio cultural o algo así y lo manda callar a uno (a nosotros) cuando está a punto de hacer uno de sus mordaces y atinados comentarios que tan bien le caen a semejante solemnidad y acartonamiento del que la poesía colombiana todavía no ha logrado librarse y gracias a los cuales (los comentarios), si como en aquella ocasión no hay café sino aguardiente, uno quiere no dormirse o morirse de aburrimiento. Además como fue en el Museo Nacional, hubo tiempo antes para pasar a ver la exposición Nación Rock, que vale la pena, pese a que haya quienes con desdén dicen: ¿Esto era todo?, sin entender que no es lo que hay, sino lo que significa… En fin. Al diablo esto y lo otro. Y, como sea, gracias.

miércoles, 19 de marzo de 2008


HE AQUÍ EL AMOR

He aquí el amor.

Repito:
He aquí el amor.

Pero mejor hablemos de esta puerta.
Una puerta es una puerta
a la que yo golpeo día y noche,
a la que yo golpeo día y noche,
a la que yo golpeo día y noche.
Y aunque nadie responda
y aunque nadie responda,
y aunque nadie responda,
el aire es el aire de todos los días
las plantas son verdes como siempre
y el mismo cielo esférico me envuelve
lunes, martes, miércoles, jueves viernes, sábado y domingo.

¿Pero qué puedo yo decir del amor?
¿Qué puedo yo decir del amor?
¿Qué puedo yo decir del amor?
En cambio, esa puerta es indudable;
por ella entro y salgo y noche
hacia los verdes campos que me esperan,
hacia el mismo cielo esférico y perenne.

¿Pero qué puedo yo decir del amor?
¿Qué puedo yo decir del amor?
¿Qué puedo yo decir del amor?

Mejor sigo hablando de esta puerta.

Jorge Eduardo Eielson (Lima, 13 de abril de 1924 - Milán, 8 de marzo de 2006)

El poema He aquí el amor apareció por primera vez en Textos literarios (Luis Jaime Cisneros, Lima, Pontificia Universidad Católica, 1957)

SOBRE LEONARDO
No todo el mundo va a dejarse caer
no todo el mundo va a arrastrarse a sus pies
lo que me falta no es la falta de fe
tendrías que pensarlo seríamente esta vez
Fito Páez
Tráfico por Katmandú

Leo a Leo como leer los tiempos de la metrópoli a través de una herida, una herida que es la calle vacía en horas incontables, una herida que son los aires decembrinos, entonces pienso en decirle: «Leo no salga de su casa en navidad» pero si lo medito un poco lo siguiente a decir sería: «¡Ah!, Leo, tampoco lo haga los otros 11 meses», aunque sé que lo haría, porque enfrenta cada miedo y cada sueño y cada día, y es así como sus letras nacen de recorrer el doble filo de una esquina, de un corazón, o de una mala palabra. ¿Qué es una mala palabra? ¿Hay palabras malas y otras que no? Si hay palabras malas, o lo son todas o no lo es ninguna, así que pongámonos de acuerdo.
Digo lo anterior porque estos textos efervescen de algunas como: putas, mierda, puñaladas hijueputas, sangre, diezynueveconséptima, amor o simplemente la más grande palabrota que nos carcome y persigue: Bogotá.
Entonces y después de lo anterior, para que quede claro, ahí les va otro escritor inédito, otro sobreviviente, otro canto a quemarropa, otro golpe de mar picado contra una barco que no se hunde, que recorre esta ciudad cargando el pecado del signo, y la condescendencia de una vida que se vive y se lucha segundo a segundo, en las sombras de un país que se consume.
Larry Mejía
FUI POR UNA CAMISA Y SALÍ SIN CORDONES
Gracias al señor (mi tío Carlos) trabajo los fines d semana en la distinguidísima Taberna El Perreo, ubicada en el centro d Bogotá. Ya me suponía q las ventas estarían buenísimas el viernes pasado así q llegué muy puntual (faltando 10 min.). Estaba entusiasmado porque cortar limones y naranjas es lo más divertido q hago últimamente. «Muévase, atienda rápido, limpie bien, no reciba visitas, ¿donde está mi picada?, este muchacho está todo perdido, está quemado». Estaba yo volando aquel viernes, en menos d una hora ya había cuatro mandados (en dos d ellos tuve q visitar a doña Esputa y don Expósito en otro cambiar billetes por monedas –no es tan fácil como uno se lo supone–), me había encargado d surtir la nevera y había empezado a cortar cuando fui enviado a comprar una camisa para la nueva mesera q para variar bien podría hacer chorrear la baba, no como las profesionales dl servicio (d las mesas). No hice preguntas y fui directamente adonde fui enviado con $50.000 (cerca d las fufas). Cualquiera podría creer q me entusiasmé en aquel sector y por eso no volví a El Perreo y tampoco volví a ver la plata. Como las camisas costaban casi el doble d lo presupuestado, me dirigí a trote veloz hacia el sector d San Victorino donde por puro morbo compraría una camisa talla M en vez d L. Pasaron dos muchachos corriendo y enseguida los chúcaros me cogieron dizque por rata, cuando me metieron las manos (a los bolsillos), encontraron su regalito dl Día d las velitas (aquellos $50.000) y no importó q dijera q yo trabajo en El Perreo y referir el número d teléfono, menos importó eso en un CAI donde los tombos decían: «La ratica nos va a tramar d q trabaja» y me metieron en una mini-celda con diez tipos más, al rato nos subieron al camión y unos tipos me decían q cuánta plata tenía para ‘abrirnos’ puesto q hasta tenía ‘cara d secuestrable’ y q al tombo se le nota q le gusta más la plata q la comida. También me dijeron q me iban a ‘judicializar’, q uno d ellos ya estuvo en la Modelo… Luego d un paseo en camión llegamos a la estación d El Guavio y nos metieron en un calabozo oscuro y con ducha incorporada (vaya yo a saber d dónde caía tanta agua). Nos instalamos en el fondo y con hojas d la libreta d apuntes d ‘la ratica’ (o sea yo) armaron unos bareticos y como yo me la paso aguantando hambre y débil, quedé muy trabado, al ratico llegó el ‘güimpi’ y mandaron por un pollito y gaseosa, comí una presa, una papa y pan con gaseosa y otra vez pal camión. En el camión me hablaban d ‘parar el brinco’, ‘la autopsia’ y un poco d pendejadas q no recuerdo bien, hablaban d modelos d celulares con cámara, youtube, parlantes y yo no sé qué, se embalarían por un no-sé-qué, «ahorita recuperamos la platica, huy, hay está la clientela», «¿viene con nosotros?», respondí «sí, sí, sí (en medio d la traba tan asquerosa), eso parece fácil». Y siguieron horas d paseo por la circunvalar, la estación tercera, la Plaza d Bolívar, el septimazo, Las Aguas, San Diego, La Perse. En la Perse la gente cerró una calle con una llanta quemada (creo), lo q sí recuerdo bien es q le enviaron un volador a uno d los tombos (había dos d esas cosas q parecen minibases y no sé cuantas motos además dl camión) y casi le roza las patas; d la Perse no levantaron a nadie (pal camión). Más vueltas q pa El Guavio, etc. Ya por el Parque Nacional soltaron al primero.
–Mi cabo, mi cabo, le doy veinte.
–Muéstrelos. Nombre (luego d recibir).
–Bla bla bla.
–Salga (luego d tachar el nombre en la lista).
El tombo se hizo casi doscientos en un ratico.
–Cabo, cuatro por cuarenta, decían mis compañeros d parranda.
–¿Qué creyeron? Eso no alcanza.
Al final salieron tres por cincuenta y cinco en la treinta y pico con trece con el propósito d recuperar esa platica, mientras yo me entristecí, por la pérdida dl nuevo puesto d ‘trabajo’ (otro desafortunado efecto d la traba). Resignado me acosté a dormir en el camión y desperté con un costado meado. Más paseos, sin mucho q destacar a excepción d la severa paliza q le propinó un tombo a un man q no sé por qué putas subió al camión. Le cascó tanto q lo soltó en la Pésima con Diecisiete porque estamos en navidad.
–Señor agente, déjeme salir: estamos en navidá, usté dijo.
–¿Quién fue el hijueputa q dijo eso?
–Nadie –respondimos algunos.
A las tres y media a.m. llegamos por fin a la tan ya por todos anhelada UPJ. Nos requisaron y luego entramos a un espacio amplio lleno d bancas metálicas y dormí aunque estaba mojado y con frío. Al otro día unos muchachos q estaban porque según ellos iban a un toque en el Jorge Eliécer y les echaron la culpa d tirarse unas cosas q valen como cien mil y q no fueron ellos, me compartieron algo d pan y los almuerzos q les llevaron (allá la comida la requisan como si se tratara d trapos viejos). Yo les dije q me cogieron por madrear un hijueputa chúcaro (aunque no les dije por qué lo madrié). En horas d la tarde me puse a escribir algo titulado «¿Si t dijera sí, no me dirías no?» y los gomelos se burlaron: “bitácora dl capitán”, yo sólo comí callado. A las cinco me dieron salida y me fui hasta El Perreo por una camiseta limpia, a lavarme un poco y comerme uno d los dos choco-ramos q había dejado (el otro desapareció inexplicablemente). Mi tío me estaba guardando $50.000 con los q repuse los que los chúcaros se / me encontraron. Cuando llegué al lugar en q vive mi papito, me vació por güevón, q quién me manda correr, q si acaso no me van a descontar esa plata, q mi tío trae la mala suerte, q ando con la sal pegada al culo, q eso me pasa por no ser buen hijo, etc. y me bañé.
Como valor d orgullo ya no me voy a sentir ignorante cuando me hablen d la UPJ, allá nadie me violó, ni me robo (aparte d los tombos), ni etc. Ahora conozco unos d los lugares más mencionados por la gente d mi contexto, es como un sitio d atracción turística y además tuve una experiencia muy deportiva.
Ahora escribo este mensaje con plata q me prestó mi tío y q hoy tengo q ganarme y lo q es bien no me agrada para nada saber q a un parcero esa noche d las velitas, casi se le va la vida en un puntazo, sin güisqui y como diría él por su complejo d velar por los intereses d los menos favorecidos o como diría mi papá por güevón, mejor dicho lo q sea q diga no cambiará ni reparará ni hará justicia ni hará la diferencia.
Leonardo Lozano

DAKSINA ANTICIPADA
A Larry Mejía
Amante d cero, víctima d no mismo
Eternas mentiras d papa, carne y travesía
Como salmón en agua coloidal o peor: en concorde
Supuesto profesor d lenguas q no han nacido
Vendedor d manías tentado por la irresistible paz d una agenda clásica
Tejiendo fantasmas en croché espero lograr ser uno menos
Compañero d mil hogares, sin fórmulas mágicas para un buen morir
Mi único poema posible lo escribió otro tipo
Es como escribir versos con los pies…
Al ritmo d los enemigos
(5 d mayo d 2007 con modificaciones del 10 d mayo d 2007)

MALDITA SEA
Malditas (sean) las perras
no puedo pagar
Malditos (sean) los casanovas
no me dejan a nadie
Malditos (sean) los sabihondos
me relegan a un charco d ignorancia
Malditos (sean) los fundamentalistas
me imponen placebos mentales
Malditos (sean) los poderosos, los avaros y los ladrones
no les importa ni mi miseria ni mi existencia
Malditos los plastiqueros con sus filtros estéticos
no reconocen mi belleza interior
Malditos (sean) los destripadores
la reconocerían demasiado
Maldito (sea) yo por buscar amor en cuerpos d fuego y cerebros d plastilina
Maldito (sea) yo por buscar el fuego y la plastilina en bellos corazones
Soy un falso poeta
condenado a morir lastimero e imbécil
¡Maldita sea!
Lamento dirigido a la nada
(Abril 20 d 2006. Versión d mayo 10 d 2007)

ASEO
tUS FLEMAS VERDE PASTO ME REPUGNAN
tU VÓMITO ES UNA BLANCA AZUCENA
Q DESAFÍA AL CIELO AZUL
pOR TUS OJOS ROJOS PUEDO MORIR D AMOR
aUNQUE AHORA SON OJOS AZABACHE
pOR CULPA D LA SEGUNDA PERRA DEL BARRIO
tIENES LA MIRADA DORMIDA
Q VIAJA POR EL ARROLLO SOÑOLIENTO
D LA CAÑERÍA
(Mayo 7 d 2006)

TENGO EL PODER
Tengo el poder
tengo la pluma
Pero ya no es (sólo) pluma
ahora tengo todo el poder.
(escrito el 5 d junio d 2006 con modificaciones del 6 d junio d 2006)

(PLEGARIA) ADOLESCENCIAL
En mi plegaria dije:
Dios ¿por qué no demuestras q soy como vos?
¿Por qué no cagas como prueba d tu amor?
Una vocecita en mi cabeza dijo:
"Mírate ahí estás vos".
(Octubre 18 d 2006)

GERONTOFILIA
No sé si mirarán o veré a las colegialas con respeto. Las maestras me acusarán d maltratarlas; dirán q no fui caballero, q a diferencia (d...), llegaré idiota a viejo. Siendo así, me enamoraré d las faldas a cuadros, no seré verde, estaré tostado. Eso si evito la organización d autodidactas con evocación a la Antigua Grecia por parte d quien preside (y peor si enseña por ejemplo las ansías). Mas, por lo pronto, ni siquiera sé si en ese entonces existirán las colegialas.
(Mayo 23 d 2007)

00

No le avergüenza atacarme a mansalva
le pesa q sólo quiere darme la mano
No me avergüenza escribir esto
Me desplomo porque no se lo leeré

Mi parcero es matera d mirada escrutadora
Lo sigo, a ninguna parte se dirige
No entiende sentimientos ni tibiezas
Hablamos la lengua del ladrillo molido
y desconfiamos del amor q comemos
Tenemos anudadas las entrañas
pulmones carcomidos y neuronas carbonizadas
como para escapar d nosotros mismos
El miedo espanta la rabia
en orgásmicas sesiones
engañando los sentidos
Estamos tan perfectamente errados
q ni siquiera somos amigos.
(Julio 29 d 2007)

FIESTEROS POTREROS D INFELICIDAD Y PATIECILLOS DOMINGUEROS
La república temporal d la vista pueblerina
gente amorosa q critica desde el mundo a occidente
ideas marinas, cosmopolitas y vanas
enfocadas en si la paz llega armada al espacio
con dinámicas bocas
y mostradores cromáticos
avalancha d mundos imaginarios
en diminutos universos realizados
eminentemente escatológicos
q hasta da orgullo ir al baño
hato alucinado por otros
q niegan un lenguaje soñado
vergonzosa pesquisa
en alegrías inefables
vertiginoso asco
por el calor humano
chocante sacudida d sueños imperdonables
e ignorancia repetitiva
felices caídas a corazones insolados
chisporroteo violeta q jode la vista
rincones elogiados por el dolor q han causado
desaparecen castillos en lo q no ha terminado.

MUÑECA ROTA
Sé q es muy cursi
pero si me crees
Créeme q me agrada la idea…
T veo en los muros
Tú eres un ladrillo
otro ladrillo, otro,
otro, otro y otro más
otro ladrillo soy
T veo en las octogenarias
por sus miradas
llenas d cansancio
T veo en las niñas pequeñas (d mi barrio)
por sus miradas
llenas d libidinosidad o miedo
Sueño mucho q cogemos
d las manos
Mis piedras no llegan lejos
mi plata se acaba en este cyber
Créeme q me agrada la idea…
(Junio 4 d 2006. Versión d julio 31 d 2007)

Tarantino d la Pinta
EL AUTÓGRAFO COLOMBIANO
Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos
Joaquín Sabina
Lo peor del amor

Los cuentos de amor son cuentos sobre cualquier cosa, cualquier cosa en el mundo, en el infinito, en el universo, más allá, o aquí en la esquina, en cualquier lugar visible o no, está invadido con la enfermedad humana del amor. Digamos que este es también un cuento de amor, aunque para serlo tiene pocas de las estructuras de las que hablan los “maestros” pero como no lo mandaré a ningún concurso y seguramente usted hipócrita lector, mi amigo lo leerá con el afán y la displicencia que caracteriza la vida humano-colombiana, me tomaré la licencia de escribir este NO cuento, de NO amor.
Esa frase de los puntos suspensivos de Sabina me da vueltas todo el tiempo, no se si es una buena frase, o un contentillo de los que son o hemos sido abandonados, no sé cómo debo tomarla, pero la repito como oración, al igual que otras tantas, digamos que nunca he sabido que es lo mejor con el sentimiento, pero ahora tengo los suspensivos tatuados en mi espalda, no se trata de las iniciales de alguna conquista martilladas con aguja y tinta china en mi mano como es costumbre en los barrios altos donde viven las clases bajas, ni estuve viajando en un barco por el caribe y la fiebre marinera me impulsó a dibujar sobre mi piel algún recuerdo de algún puerto lejano, ni estuve unos meses en prisión, ni son mis amigos una pandilla de harlistas consagrados a la carretera, de hecho todos, tomamos siempre el servicio público, y el viernes en la noche (de las velitas) de camino a esa rutina, entrados en copas y risas, bajábamos por la calle 27 con tercera, de ese barrio bonito que es La Macarena, hablando de cosas habituales, inútiles, muy de nosotros, un poco de mujeres, otro poco de los últimos discos de nuestras bandas favoritas.
Fabián, Darwin, Mario, Luis, y yo caminábamos a relativa distancia, en parejas, a veces, y al paso de algo que llamara nuestra atención nos uníamos para conversar sobre el hecho o la persona que hubiera atraído nuestra curiosidad, la noche se había portado bien, lo que significa que aun estábamos todos vivos y completos.
Llegando a la carrera quinta yo venía caminando solo, recordando un par de restaurantes donde hace un año pasé alegres momentos con mi amiga Elvia, mientras Fabián, Darwin, y Luis estaban unos 50 metros atrás mío, Mario por su parte caminaba muy adelante.
En la esquina de la quinta apareció una pareja de jóvenes, que caminaba en sentido contrario al mío, al nuestro. Venían discutiendo, él le golpeaba, ella lo esquivaba, él se le lanzaba encima una vez más, el habitual forcejeo de una pareja de novios, la relación típica colombiana, trago, viernes, discusión, malos tratos, y en fin, la cadena alimenticia completando su ciclo de inefable violencia. Cuando pasaron a unos metros míos, yo que tengo algún complejo de velar por los intereses de los menos favorecidos, alcé mi voz en un asonante reclamo contra el joven que ultrajaba a la señorita en cuestión.
Después de eso lo único que recuerdo es a ella tapándome con su chaqueta blanca la cara mientras el desenfundaba un cuchillo, y yo llamaba a mis amigos quienes se aprontaban al baile nocturno de las puñaladas, y de entregarle la vida a cualquier hijo de nadie por nada, por todo, por lo mismo, por Colombia, por la fatalidad de nacer en esta tierra del olvido. Solo nosotros estábamos desarmados, y solo yo no podía ver, luego vino el calor en mi espalda, las figuras que se desvanecían en mi mente, la imagen de Luis corriendo tras mi agresor, la mujer haciéndole frente a los golpes que él le lanzaba sin soltar el cabello de Fabián que a su vez esgrimía argumentos carentes de Improperios y sobrantes de amabilidad, los restaurantes que cerraban sus puertas y los ruidos imperceptibles de la ciudad metiéndose por mis oídos como mil cuchillos más que venían a por mí.
Gracias a Luis fue capturado el delincuente en pocos minutos, y gracias a la policía puesto en libertad segundos más tarde, mientras yo me debatía la vida en el CAMI de La Perseverancia, donde para ser consecuente con la frase popular subí de a pie y bajé en ambulancia
No sé cuánto tiempo pasó, ni cuánta sangre perdí, ni cuántas veces recordé desde el asiento de atrás de una patrulla y luego de una ambulancia, lo mucho que dije que Colombia es el peor país el mundo para vivir y el más eficiente para morir, y cosas como esa, mientras evitaba mancharle las manos a mi amigo con la molesta tinta roja que brotaba copiosamente de mi espalda, saliendo a gruesos hilos entre mi camisa y un saco que compré años atrás en Quito, no recuerdo ahora la canción que empecé a cantar sé que era de Fito, quise acordarme del pasado, de cantar en una patrulla como una forma de no perder la libertad, quise un poco de güisqui cuando me pasaron a la ambulancia, pero eso solo ocurre en las novelas colombianas, me contenté con la lealtad de mis amigos y muchas, muchas luces rojas dando vueltas sobre mi cabeza y las voces de un par de estudiantes de criminalística, que alimentaban con mi herida el morbo de sus vidas, parafraseando lo que recordaban de Lombroso, era gracioso escucharlos, a medias luces, buscando esclarecer los hechos que tan claros estaban. Sí, la sangre es escandalosa, “el criminal es un tipo malo” que grandes estupideces dice Lombroso, cuando aquí todos sabemos que los criminales somos todos, y que los patrones que escribió sirven para nada a la hora de ver venirse contra la humanidad una hoja brillante que no importa ni repara en la cara del portador.
Luego fui trasladado al hospital donde nació mi novia, y me atendió una doctora caleña que atendía al mismo nombre de ella, Liliana Aponte. Me salvó la vida su acento a champus, y su tono a canela, el recuerdo de un sorbete de guanábana en la sexta a las dos de la tarde, me salvó la vida acordarme de Cali, de la iglesia donde me bautizaron, del Parque de la Caña y de los mayorcitos a la orilla del río, que cantan en las tardes las canciones de Goyeneche y Julio Jaramillo, me salvó la vida, las ganas de vivir, en este país hubiera sido cobarde morir de una sola puñalada, hubiera despertado risas en el velorio, y mis fieles amigos no hubieran tenido mucho tema de conversación.
Salí del hospital a las 5 de la tarde del día siguiente, pensado no se por que en mi piano, en las velas que dejé de encender, y en que tal vez aun no es el momento para dejar esta tierra colombiana de hampones y sobrevivientes, quizás deba hacer más cosas aun para que cuando muera o me largue pueda resistirle a los críticos y al olvido y por fin mis escritos sean tomados en cuanta como una confirmación de vida. Digamos entonces que la muerte estaba ocupada con los últimos quemados de la noche de las velitas, digamos entonces que no era mi momento que gané por doble u el partido, digamos que el autógrafo colombiano que me quedó en el dorso son los tres puntos que me cocieron, los mismos de los que habla Sabina, los puntos suspensivos, del amor o el odio, que en este país terminan siendo siempre la misma cosa.

Larry Mejía