domingo, 21 de febrero de 2010

EXTRAVÍO
Rastreando una huella difusa, una senda trazada entre claridad y cauce, atendí el consejo del mudo y seguí el camino señalado por el ciego.
Volé sobre aureolas y silentes zampoñas que agujereaban el vacío, sintonicé Radio Sigilo –que emite desde las montañas que amamantan insurrecciones e inmolaciones, migraciones y destierros, zozobras y nostalgias– y viajé al lado del fantasma del exilio y la acuciante presencia del desasosiego.
La inminencia del destino desconocido me dio la bienvenida con malicia y con sorna sin pronunciar palabra, sin emitir gesto, sin hacer demasiado ruido, con brevedad y apuro como espantando gallinas cluecas o moscas en la leche.

No me veía a mí mismo, no pude acariciar una sola entraña; me tragaba la arena, lamía la sal del mar, masticaba la marchita flor del olvido.
Grité todo lo que pude pero la boca no estaba en su lugar y no cumplía su misión: ni un beso o un mordisco dio… sólo mutación y mutismo, ningún placer al paladar.
El cuerpo era nulidad, la soledad una cicatriz a punto de borrarse; sólo las manos, delante, sujetando la raíz de la incógnita y un frasco.

He visto una y otra la misma imagen, una y otra vez, aunque no es la misma imagen ni una ni otra vez: ninguna tormenta es la misma tormenta, las aguas –ya lo decía el Oscuro de Éfeso*– no son iguales en igual río, nosotros no somos los que somos cuando en ellas entramos…
Y si atrapas el agua, ¿es otra el agua? ¿Otro lecho, otra cuenca, otro delta? ¿Es –digo– otra agua?
Sí. Es otra: es la misma. No nace, no muere, no se mueve cuando se mueve. Es espejo y es reflejo, es cristal, es opacidad, agua súbita y calma, es agitación y pausa. A través de ella el tiempo, la vida, la nada, pasa. Y vuelve y pasa.

Todos mis muertos, el espectro del pasado, la sombra del amor y yo alcanzamos la distante orilla, más allá del deseo; irrumpimos en la última frontera, de regreso al futuro, retornamos a lo eterno, vimos la luz muerta: el lado oscuro del alma, de la nube, la luna, la conciencia.

La negritud del horizonte debería acallarme e infundir en mí miedo a la oscuridad.
El prodigio del paisaje me contó una leyenda que fui incapaz de descifrar y ahora mal digo.
La vociferación de las plantas padeciendo sedes y calores, la frondosidad del pelaje de las bestias esparcida por tierra yerta y la aridez y la lisura de las entrepiernas me indicaron cómo se comerciará en tiempos venideros.
La vaguedad de las formas orienta mi aguja magnética, inmóvil en una gradación incierta.
La profusión de panoramas en un mismo tránsito descubrió para mí –como si fuera una insolente desnudez que despojan del manto que la cubría– el secreto: la reiteración de un mantra que se repetía y consistía en repetir un mantra que se repetía y consistía en repetir un mantra que se repetía…
pablo estrada
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*Heráclito
EL BARCO
El mar no tiene compañero.
Gustavo Pereira

El barco está cansado
tiene gripe
y mucho frío
el barco es fuerte
cuando cruzó el helado mar de Barens
ningún marinero le ofreció
ginebra
el barco tiene un ala herida
el barco es enemigo del barco Amérique
cuando los marineros llegan a casa
cuando la tripulación llega a casa
el barco solo en el puerto recuerda su hogar
en un bosque que ya no existe
al barco le duele la cabeza y la popa
el barco ve dormir a las estrellas
el barco desde luego está ebrio
el barco por supuesto ha visto caer
sin reírse de él al albatros
el barco guarda tesoros en silencio
el barco nunca duerme
el barco tiene sed
y le dan agua salada
el barco espera el río
el barco es amigo mío
el barco no tiene bandera
el barco nunca sueña
el barco conoce los desiertos marinos
las selvas marinas
los cementerios marinos
el barco tiene en la memoria
las pisadas de todos los bailes
que sobre el barco ha dado el hombre
el barco tiene hambre
el barco es fuerte y flaco
el barco no es alto ni bajo
el barco tiene tantos ojos como años
el barco habla solo
cuando todos se han dado por perdidos
el barco no olvida el camino
el barco es montaraz
el barco canta
con todos sus maderos
el barco odia a los poetas
el barco es poeta
al barco le apuñalaron la espalda
el barco odia las armas
el barco odia el faro estúpido
que cree enseñarle algo
el barco tiene plumas
el barco no quiere estar solo
el barco se fumó “los otros cigarros que vienen en el barco”
el barco son mis amigos
quien conmigo
les ofrece la mano
les brinda un abrigo.

Larry Mejía

2 comentarios:

Harold dijo...

Larry, me gustó mucho este poema suyo; me complazco bastante leyéndolo en voz alta. Sin embargo, creo (es mi opinión, por supuesto) que el ritmo se quiebra al final, y debería ser más sugerente y menos explicito; no lo tome a mal, pero me evocó la última estrofa de la canción de los pollitos. Chau.

Anónimo dijo...

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