sábado, 26 de enero de 2008

Visitar el futuro en la tumba del olvido
El sábado 15 de diciembre de 2007, por iniciativa de Gustavo Adolfo Ramírez, director de la Fundación Palabrería, se convocó en el Cementerio Central de Bogotá, Colombia, Sudamérica, un homenaje al poeta José Asunción Silva (1865-1896), cuyos restos alguna vez reposaron junto a los de su hermana Elvira, tras muchos años relegados al muro de los suicidas por orden del clero. Era una de esas tardes lluviosas, frías y grises, tan propias de nuestra ciudad. Llegamos pocos. Allí, por supuesto, estuvimos los negacionistas, junto a recuerdo y olvido que se conjuraron con canciones y poemas; con nosotros estuvieron también el poeta Fernando Denis y un cantautor mexicano, acompañado, a su vez, de una buena guitarra y una bella chica colombiana. Brindamos a nuestra salud, porque a la del muerto no hubiese sido muy lógico que digamos. Pasamos por la tumba colectiva de los Zalamea. Hubo más poemas, más canciones y más fotos, bajo el chubasco, al final de la tarde. Quizá luego hagamos más por la memoria de los poetas muertos, quizás no. Quizás algún día seamos poetas muertos y exista una sociedad consagrada a nosotros. Quizás no. Quizás algún día a alguien más se le ocurra ir a visitar el futuro en la tumba del olvido o algo así… Salimos y nos embutimos algunos de nosotros en un taxi y tomamos rumbo a la Librería Luvina, único bastión burgués –como diría alguien, por ahí, no sé quién– que nos abre las puertas y nos admite. Allí concluimos la botella de whisky que habíamos inaugurado en la necrópolis o el “otro barrio” –como lo llaman algunos–, que casi todos acompañaron con charla y cerveza, hasta del vallenato que había compuesto e interpretó el mexicano se habló. Finalmente los negacionistas y una amiga nos largamos con rumbo conocido, para seguir bebiendo y viviendo y recordando y olvidando poetas y poemas, propios y ajenos, etc…
Nocturno I
A veces, cuando en alta noche tranquila,
sobre las teclas vuela tu mano blanca,
como una mariposa sobre una lila
y al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra
filtran por la ventana rayos de luna,
que trazan luces largas sobre la alfombra,
y en alas de las notas a otros lugares
vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
y en gótico castillo, donde en las piedras
musgosas por los siglos, crecen las yedras,
puestos de codos ambos en tu ventana
miramos en las sombras morir el día
y subir de los valles la noche umbría
y soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos
mientras que el viento afuera suspira y llora.
¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan tus manos!
José Asunción Silva
Al cementerio
¿No veis allá aquel campo silencioso
que se extiende detrás de un monasterio?
Es el lóbrego y triste cementerio,
es el campo del último reposo.

No le piséis los que en el mundo ocioso
de los vicios vivís bajo el imperio,
allí no hay pompa, hay soledad, misterio;
no le manchéis con vuestro pie engañoso.

Mas id los que cansados de penar
buscáis del sauce la doliente sombra…
los que queréis en la calma descansar.

Bajo esa verde y natural alfombra,
¡qué bien el cuerpo debe reposar
en tanto al alma el más allá le asombra!
Vicente Huidobro
En la tumba de un poeta
Ruiseñor que cansado de la tierra
alzaste el vuelo al alto firmamento,
a la mansión donde la luz se encierra
Oye benigno mi dolido acento.
Y tú, Señor, escucha esta plegaria
que triste y solitaria
en alas del amor elevo al cielo
y dale pronto el eternal consuelo.
Sufrió mucho, Señor; su vida entera
fue un eterno pesar.
Sólo de Ti la dicha ansioso espera,
no le hagas aguardar.
Y tú, errabundo, eterno caminante,
detente ante la tumba del poeta,
detente un solo instante,
y derrama una lágrima secreta,
una sentida lágrima por él
que riegue acaso su inmortal laurel.
Vicente Huidobro

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