martes, 1 de abril de 2008


A ellos los encuentran en vidrieras,
a nosotros, frente a ellas, tratando de romperlas.

R.S.
El miércoles 13 de febrero de 2008, en el Café Libro De Sobremesa dirigido por Magil, el ya legendario autor de la novela Conciertos del desconcierto, los negacionistas y un par de colegas: Rafael Serrano y Willmer Echeverry –como dice uno de ellos en su blog– “nos reunimos […] ingenuamente, a esperar el público que previamente habíamos convocado sin afanes, entre amigos” y que jamás llegó. Afortunadamente para nosotros, otro par de camaradas y un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad Distrital estuvieron presentes. Para mayor afrenta, a poca distancia, en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, la otra cara de la moneda brillaba en medio de su opacidad inherente: la institucionalidad de nuevo daba el espaldarazo a la literatura que no lo necesita, para congraciarse con la Unesco que gentilmente otorgó a nuestra iletrada Bogotá el ostentoso e inmerecido título de capital mundial del libro, esta vez reuniendo a quizá las más rutilantes estrellas pop de la poesía nacional: el amplío –en términos geométricos– Juan Gustavo Cobo Borda, el funesto Darío Jaramillo Agudelo, el “comprometido” (con su propio prestigio) Ramón Cote Baraibar y el vate de bates Juan Manuel Roca.
«De qué nos sirve la vida si cuando la tenemos nos parece muerta.
La vida es para vibrar, para sentirla,
solo así se justifica nuestro paso por esta Tierra.»
Jaime Pardo Leal
Para evitar el esfuerzo de criticar e interpretar la poesía de Echeverry quien con cierta amarga nostalgia confesó llevar más de 10 años sin leer en público luego de un malogrado recital al que nadie asistió por razones que podríamos llamar típicamente nacionales: el asesinato de un político de izquierda, candidato presidencial por ese entonces, citaremos nuevamente a Serrano, quien menciona el carácter enigmático y a la vez pictórico de sus poemas, “son cuadros para armar mientras se degustan”, afirma; “es poesía de acción, de símbolos, llena de color y enigma”, concluye. Y sobre el autor y amigo comenta que durante esas dos décadas “en el ostracismo, en la meditación, en el auto-exilio” se ha dedicado a escribir 7 poemarios hasta ahora inéditos, “de tan buena factura, que cualquiera caería de la silla”… y es “poeta de la imagen, un pintor que ríe […] de los horrores” y paradójicamente omite las sabias palabras de aquel mártir de causa perdida que impidió con su sacrificio que la gente asistiera a aquella lectura del 87 y que dan sentido a su ausencia de los estrados literarios que otros incautamente reclamamos con vehemencia.