viernes, 4 de septiembre de 2009

Cuando el negacionismo surgió como una especie de movimiento literario en Bogotá (Colombia), uno de sus mayores impulsores fue nuestro invitado en esta ocasión.
Fue él quien más aportó al concepto –contradictorio– del negacionismo. Acuñó la frase la imaginación al servicio de nadie como definitoria y definitiva.
Era, por así decirlo, quizá el elemento más interesante de los cuatro que, en principio, bajo la insignia de negacionistas nos reuníamos.
Luego vino su disensión del grupo en medio de discrepancias y desencuentros, propiciados en muchos casos –es lo más lamentable– por elementos ajenos, como los retrógrados estudiantes de literatura de las diferentes academias que veían en nosotros individuos demasiado inquietantes e inclasificables dentro de la taxonomía aprehendida de sus equivocados maestros, con un potencial peligroso para ellos: explosivo.
Pese a su displicencia característica que incluso desencajaba en la exultante irreverencia de los otros, su voz siempre se hizo oír y es una verdadera lástima que no haya tenido antes su merecido espacio aquí. Sea, pues, este el momento de resarcir tan craso error.

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