jueves, 20 de septiembre de 2007

UN HATAJO DE TIPOS QUE ESCRIBEN POESÍA
Lo que parece que casi nadie entendió es que al principio los Ramones no eran una banda de punk rock. Eran una pandilla de jóvenes callejeros sin futuro que terminaron tocando punk rock. Así como la Generación Beat estaba formada por un puñado de escritores que tenían en común su paso por la universidad y la homosexualidad y su gusto por el jazz. Tampoco entendieron que el grupito que siempre había sido y siempre sería hasta el final se acabó porque Cobain se mató, Novoselic desapareció de la escena y Grohl coqueteó tanto con el pop que terminó convertido en una vedette más y Nirvana se popularizó a tal punto que en el estante de novedades de cualquier librería podías ver los diarios y la biografía de Kurt.
En este sentido, los negacionistas somos un hatajo de tipos que escriben poesía y que como cualquiera nos reunimos en bares, cafés, asaderos de pollos, parques, burdeles y otros sitios a charlar y pasar el rato, pero que a diferencia de los demás leemos y a veces escribimos poesía. Y con quienes también lo hacen, diferimos en que no consideramos esto como una especie de noviciado para anacoretas que sólo pueda hacerse de manera privada y que se convierta en un pontificado individual. Para nosotros la creación poética no es un acto mágico, ni una revelación divina, una epifanía o un momento de lucidez o locura; es pan nuestro de cada día, es algo tan corriente como para alguien más puede ser ir a trabajar o estudiar, alimentar su mascota y sacarla a cagar al prado vecino, pedir limosna, firmar autógrafos o cheques, jugarse la vida o ganársela follando, robando, matando o salvando la de otros.
Puede que nosotros –o uno, al menos– haya probado la misma hierba y los mismos hongos, bebido más John Thomas y menos Jack Daniel’s, salido en la tele siendo el mejor actor infantil del momento o invitados de tercera en un programa de cuarta, estado en tantos conciertos de rock, comido más o menos pasabocas en cócteles y recibido iguales aplausos y rechiflas que todos los otros que escriben en un país donde la poesía es de Roca y la hacen gurúes de la publicidad o el periodismo. La diferencia esencial es que aquello que la apabullante mayoría considera posible, plausible o aceptable, para nosotros resulta rehusable: negable.
Nos negamos a aceptar lo que casi todo el mundo acepta. Y la poesía la consideramos como a una adorable mujerzuela que no tiene nada bueno para nosotros pero a la que somos incapaces de abandonar, de olvidar, como ella hace con nosotros, a la que le metemos hasta el alma por donde le quepa y por ella nos ganamos no premios sino desprecios, burlas, ofensas y hasta enemigos que ni siquiera merecen nuestro odio o nuestra oposición.
Ingrata puta, anhelada dicha, diosa mundana, emperatriz tirana, pequeña nada, pérdida de tiempo, última esperanza. Voluble, amable, embaucadora, bella, necia, seductora, errática, piadosa, aburrida, exigente, impostora, estimulante, mordaz, gratificante, sarcástica, ingenua, embriagante, pura, imponente, irresistible, sombría, invisible, emocionante, frenética, desesperante, alentadora, asesina, inalcanzable, medrosa, fatal… inefable. Esa es la poesía, que lo traiciona a uno con el lenguaje, ese prepotente pirómano con el que no se puede jugar sin quemarse, al que no se le debe apostar porque invariablemente ha de hacer trampa, con el que como quiera que sea si compites, pierdes.
Esto, desde luego, sólo es mi punto de vista sobre nuestra labor negacionista; cada uno de nosotros tiene el suyo. Si en los demás grupos se hace consenso antes de emitir una opinión, en el nuestro NO.
Pablo Estrada

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